lunes, 27 de agosto de 2012

La espiritualidad y la debilidad de carácter

Érase una vez una perversa cobra que vivía en una colina rocosa en las afueras de una aldea. Esta serpiente odiaba que se hiciese ruido cerca de su morada y no dudaba en atacar a todo niño del pueblo que al jugar en las inmediaciones la perturbara. Se produjeron numerosas muertes, y los lugareños intentaron por todos los medios matar al venenoso reptil, pero sin éxito. Finalmente, un grupo de aldeanos fue a ver a un santo ermitaño que vivía en las cercanías y le pidió que empleara sus poderes espirituales a fin de detener las mortíferas andanzas de la serpiente.
Conmovido por las sinceras súplicas de los aldeanos, el ermitaño se dirigió a la madriguera de la cobra y empleando la vibración magnética de su amor llamó a la criatura. El maestro le dijo a la serpiente que era erróneo matar a niños inocentes; le ordenó no volver a morder jamás y que procurara, en cambio, amar a sus enemigos. Bajo la inspiradora influencia del santo, el reptil humildemente prometió reformarse y practicar la no violencia.
Poco después, el ermitaño dejó la aldea para realizar un peregrinaje que duró un año. A su regreso, cuando pasaba por la colina, pensó: "Veamos cómo se está comportando mi amiga la serpiente". Al aproximarse al agujero en el que está habitaba, se sobrecogió al ver que el reptil yacía fuera, medio muerta y con varias heridas infectadas en el lomo.
El ermitaño le dijo: "Hola, señora serpiente. ¿Que ha ocurrido?". La serpiente susurró con tristeza. "Maestro, ¡éste es el resultado de practicar sus enseñanzas! Al principio, cuando salía de mi agujero en busca de comida --ocupada en mis propios asuntos--, los niños huían al verme. Pero poco tiempo después advirtieron mi docilidad y comenzaron a arrojarme piedras. Cuando se dieron cuenta de que preferia huir antes que atacarlos, se divertían arrojándome piedras, con la intención de matarme, cada vez que saliá en busca de sustento para aplacar el hambre. Maestro, muchas veces me escabullí, pero en muchas otras ocasiones me hirieron gravemente y ahora me encuentro aquí con estas terribles heridas en el lomo por haber tratado de amar a mis enemigos".
El santo acarició con dulzura a la cobra y sanó sus heridas de manera instantánea. Luego la corrigió amorosamente, diciendo: "Pequeña tonta, te dije que no mordieras, pero ¿por qué no silbaste?".



"Si bien debe cultivarse la cualidad de la mansedumbre, eso no significa que hayamos de abandonar el sentido común ni convertirnos en un felpudo y permitir que los demás nos pisoteen con su proceder equivocado".

Antiguo relato hindú

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